Nuevos cuentos a Ninon by Émile Zola

Nuevos cuentos a Ninon by Émile Zola

autor:Émile Zola [Zola, Émile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1874-09-15T00:00:00+00:00


VI

Las rosas de Los cementerios extienden sus anchas hojas, de una blancura de leche o de un rojo sombrío. Las raíces beben en el fondo de los ataúdes la palidez de los senos virginales, el brillo sangriento de los corazones llagados. Esta rosa blanca debe su vida a una niña, muerta a los diez y seis años; aquella roja es la última gota de sangre de un hombre que cayó en la lucha.

¡Oh flores espléndidas, flores vivientes, donde hay algo de nuestros muertos!

* * *

En el campo, los ciruelos y los albaricoques elevan gallardamente sus ramas a espaldas de la iglesia, a lo largo de los muros ruinosos del pequeño cementerio. El sol dora los frutos: el aire les comunica sabor exquisito. Y el ama del cura hace con ellos dulces que tienen fama en diez leguas a la redonda. Los he comido; nada hay que se les pueda comparar.

Conozco uno de esos cementerios de aldea, donde hay groselleros soberbios, altos como árboles. Las grosellas rojas parecen, entre las hojas verdes, ramas de cerezas. He visto al sacristán, por la mañana, con un panecillo debajo del brazo, desayunarse tranquilamente, sentado en el filo de alguna losa funeraria. Le rodeaba una banda de gorriones. Cogía las grosellas, y echaba migas a los pájaros; uno y otros comían con gran apetito al lado de los muertos.

La hierba crece lozana y tupida. En un rincón, las amapolas se extienden en roja alfombra. El aire sopla en grandes ráfagas, trayendo de la llanura el buen olor del heno recién cortado. Al mediodía las abejas zumban al sol, las lagartijas grises permanecen inmóviles, con la boca abierta, bebiendo la luz, al borde de sus agujeros. Los muertos tienen calor; aquello no es ya un cementerio; lo invade la vida universal; el alma de los muertos pasa a los troncos de los árboles; el ayer y el mañana se funden en un beso. Las flores son las sonrisas de las jóvenes; los frutos, la recompensa del trabajo de los hombres.

Allí no es crimen el coger las violetas y las amapolas. Los niños acuden a hacer ramos con ellas. El cura no se incomoda cuando se suben a los ciruelos. Los ciruelos son del cura, pero las flores son de todo el mundo. A veces es preciso segar el cementerio; la hierba está tan alta, que oculta las cruces de madera; entonces, un jumento que pertenece al cura se come el forraje. La aldea no halla en esto ningún mal; ninguno de los feligreses acusa al jumento de morder el alma de los muertos.

Mathurina había plantado un rosal en la tumba de su prometido, y todos los domingos del mes de mayo iba a cortar una rosa, que prendía en su jubón. Pasaba el día aspirando el aroma de su amor desaparecido. Cuando bajaba los ojos, creía que su novio la sonreía.

* * *

Me gustan los cementerios en los días de sol claro. Voy a ellos con la cabeza desnuda, olvidando mis odios, como a una ciudad santa donde todo es amor y perdón.



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